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Las recientes elecciones en Ecuador han dejado múltiples lecciones para el fortalecimiento de los sistemas democráticos, no sólo en ese país, sino en toda la región. Más allá del resultado electoral, el proceso ha estado marcado por tres elementos clave: la distorsión generada por las encuestas preelectorales y las exit polls, la susceptibilidad de fraude alimentada por discursos políticos y el papel de los organismos internacionales en la legitimación del proceso. Analizar estos factores resulta crucial para entender la evolución de las democracias contemporáneas y la necesidad de fortalecer su transparencia y credibilidad.

Las encuestas previas a la jornada electoral en Ecuador mostraron una gran disparidad en sus resultados, lo que generó expectativas diversas en la ciudadanía y la clase política. Estudios como los de Comunicaliza y Negocios & Estrategias situaban a Daniel Noboa y Luisa González en una disputa reñida, pero con márgenes que variaban significativamente. Esta inconsistencia en los sondeos previos demostró una vez más que, lejos de ser una herramienta infalible, las encuestas pueden afectar la confianza en el sistema democrático al generar percepciones erradas sobre los resultados probables.

El problema se agravó con los exit polls, que presentaron errores significativos en la estimación de los resultados finales. La diferencia entre los sondeos a boca de urna y el escrutinio oficial generó una ola de sospechas sobre la transparencia del proceso, avivando la narrativa del fraude en ciertos sectores políticos. Este fenómeno no es exclusivo de Ecuador. En varias elecciones latinoamericanas, encuestas imprecisas han servido como detonantes de crisis de legitimidad electoral. Esto refuerza la necesidad de regular con mayor rigor la publicación de encuestas y encuestas a boca de urna para evitar que se conviertan en instrumentos de desinformación.

Más allá de los errores estadísticos, es necesario preguntarse sobre la responsabilidad de los medios de comunicación y de las empresas encuestadoras en la generación de expectativas erróneas. La difusión de resultados no confirmados o basados en metodologías poco transparentes no sólo afecta el clima electoral, sino que también puede incidir en la toma de decisiones de los votantes, generando dinámicas de voto útil o de abstención basada en la percepción de que una elección ya está definida de antemano.

El presidente Daniel Noboa, en un discurso posterior a la jornada electoral, expresó dudas sobre la transparencia del proceso, señalando presuntas irregularidades en el conteo de votos. Si bien estas acusaciones no fueron acompañadas de pruebas contundentes, tuvieron un impacto en la percepción ciudadana, generando dudas sobre la legitimidad de los resultados.

El problema radica en que, en contextos polarizados, la sola insinuación de fraude puede alimentar inestabilidad política y desconfianza en las instituciones democráticas. En Bolivia, por ejemplo, las elecciones de 2019 vivieron un episodio similar, cuando los resultados fueron cuestionados antes de que existiera una verificación clara de los hechos, lo que terminó en una crisis institucional. Ecuador, al igual que otras democracias en la región, enfrenta el desafío de construir mecanismos sólidos de comunicación y pedagogía electoral para evitar que la incertidumbre política socave la confianza ciudadana en el voto.

Este tipo de discursos también tiene implicaciones en la estabilidad institucional. Cuestionar un proceso sin pruebas concretas debilita la confianza en las autoridades electorales y puede generar un efecto en cascada que fomente la radicalización de sectores políticos y ciudadanos. A esto se suma el rol de las redes sociales, donde las narrativas de fraude pueden amplificarse sin necesidad de un respaldo empírico, generando un clima de incertidumbre que se traduce en protestas, movilizaciones o, en casos extremos, en crisis de gobernabilidad.

Frente a la creciente narrativa de fraude, la Organización de los Estados Americanos (OEA) emitió un pronunciamiento clave: "Las elecciones en Ecuador fueron transparentes y sin irregularidades generalizadas". Este respaldo por parte de una misión de observación electoral resultó fundamental para mitigar la incertidumbre y evitar un escalamiento del conflicto político. No obstante, esta postura contrasta con el papel que jugó la misma organización en Bolivia en 2019, cuando su informe preliminar sobre las irregularidades en el proceso electoral terminó desatando una crisis política e institucional. La experiencia boliviana demostró cómo un pronunciamiento de un organismo internacional puede ser determinante para la estabilidad democrática, dependiendo del contexto y de la forma en que sus declaraciones sean interpretadas por los actores políticos.

Un análisis publicado por El País también destaca el papel de los actores políticos en la estabilidad democrática, que la competencia electoral debe ser comprendida como un ejercicio institucional de legitimación, no como una batalla ideológica que ponga en riesgo la gobernabilidad.

Sin embargo, esta situación también deja una lección importante: el peso de los organismos internacionales en la validación de procesos electorales no debería ser el factor determinante para la legitimidad de una elección. Los Estados deben fortalecer sus propias instituciones y mecanismos de auditoría electoral para garantizar que la confianza en el proceso provenga, en primer lugar, de la ciudadanía y no sólo de avales externos.

Ecuador nos deja una enseñanza valiosa: la democracia no sólo se fortalece con elecciones periódicas, sino con la generación de confianza en el proceso electoral mismo. Para ello, es fundamental regular con mayor precisión la publicación de encuestas, evitar discursos irresponsables que afecten la estabilidad institucional y consolidar organismos electorales sólidos e independientes.

La región latinoamericana ha sido testigo de cómo la erosión de la confianza electoral puede derivar en crisis políticas profundas. Aprender de estos casos y reforzar la transparencia del voto es una tarea urgente para consolidar democracias más estables y legítimas. Porque en tiempos de incertidumbre, la defensa de la democracia no es sólo un acto de voluntad política, sino un compromiso con el futuro de nuestras sociedades.

El futuro de la democracia en América Latina depende en gran medida de la capacidad de sus instituciones para garantizar procesos electorales confiables y del compromiso de los actores políticos en respetar las reglas del juego democrático. No se trata sólo de elegir autoridades, sino de consolidar una cultura política que valore la estabilidad y el respeto a la voluntad popular, más allá de intereses partidarios o coyunturales.

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