Por Micaela Montaño Carrión* //
El pasado sábado 11 de octubre de 2025, Francia se vistió de luto. Sara de nueve años se suicidó en su casa sin olvidar dejar una nota en la que se despedía de sus seres queridos. Con ese acto decidió terminar con la tormenta que le esperaba en su escuela. Sufría acoso. Unos siete compañeros o compañeras eran los encargados de agredirla verbalmente llamándola “gorda”, “fea”, “imbécil”, según el testimonio de una de sus amigas. Sara, víctima de gordofobia, no pudo más y aunque sus padres habían alertado a la dirección de la escuela, ésta no prosiguió con el protocolo de acoso en la institución para así proteger a Sara. El caso de Sarreguemines en Moselle, al noreste de Francia, sigue siendo estudiado entre la relación de las burlas acosadoras y el suicidio.
A unos días de intervalo, España también lloró la pérdida de una niña. El 14 de octubre, Sandra de 14 años se quitó la vida en su domicilio. Ella era alumna del colegio privado concertado Irlandesas de Loreto de Sevilla y sufría acoso por parte de tres compañeras. Su colegio, lugar al que solemos llamar segundo hogar, tampoco la protegió. Las paredes del colegio, después de la tragedia, están pintadas de palabras como: “Asesinos”, “Justicia”, “Culpables”, entre otras más. Dicha institución está siendo investigada así como la escuela francesa. Ante estas muertes irreparables, quizás sus almas guíen a las instancias para ser severas; aunque solo basta con que hagan su trabajo y sean justas para que esto no vuelva a ocurrir.
Quizás urge que estas altas instancias dejen de enviar mensajes implícitos a los directores de las instituciones educativas dejando entender que no quieren que les traigan problemas. Pues, una actitud de “no queremos problemas” tiene trágicas consecuencias. Una actitud de “callemos, esto va a dañar nuestra imagen”, también arrastra las mismas consecuencias dramáticas. Minimizar el sufrimiento de nuestros niños es algo que hay que cuestionarse. Seguramente, sobre la mesa hay numerosas variables de peso, para pasar por alto el bienestar de los niños. Por ejemplo, la comodidad de la dirección o plantel docente; no hay peor ciego que aquel que no quiere ver. O quizás otra variable sea el poder de la influencia de los padres de los acosadores; esas familias influyentes en la institución, en el barrio o en la ciudad.
En Francia, las víctimas de acoso, sus padres y entorno testigo tienen a disposición un número nacional, 3018, contra toda forma de acoso. Es gratuito, anónimo y confidencial. Funciona todos los días, de 7:00 a.m. a 23:00 p.m. para brindar información o dar parte de un caso de acoso. España tiene una línea de carácter similar cuyo número no queda registrado en la factura del que llama. En lo que a Bolivia respecta, también existe una línea gratuita a nivel nacional, el 800-10-1757 junto a diez buzones cuya localización desconozco.
Pero lo que sí es de mi conocimiento es haber sido convocada por la policía para dar mi testimonio sobre un caso de acoso escolar en un colegio donde enseñaba años atrás, en París. Sorprendida ante la llamada durante las vacaciones de Pascua, respondí indicando la fecha de mi retorno. Al presentarme en comisaría, ya no necesitaban mi testimonio. Me explicaron que “el problema” ya lo había resuelto el colegio. Pero, como yo no había hecho ocho kilómetros en vano y sobre todo necesitaba saber qué le había pasado a mi alumno de 15 años. El policía me explicó que la víctima de acoso se iba a ir del colegio al término del año escolar y los acosadores se quedarían y santas pascuas. ¡Ah! pero uno de los padres de los acosadores iba a sentar denuncia por difamación.
Yo sabía que la víctima había elegido ese colegio privado católico por la especialidad a la que le preparaban y no había otro similar cercano. Tenía notas excelentes. Era estudioso y respetuoso. Sé también que nunca se nos informó sobre la alerta que lanzaron los padres de la víctima ante la dirección del colegio. Un día cualquiera, bastante después, los profesores recibimos un mail de los padres de la víctima informándonos que su hijo no asistiría a clases, mientras los acosadores estén presentes porque “esos niños” ya habían pasado de palabras a empujones.
Cuando el año escolar ya terminaba y en la reunión del último semestre, traté de que elijamos palabras firmes y directas para el comentario general de las libretas de los acosadores. Sus padres debían ser conscientes de que el comportamiento de sus hijos debía cambiar. Tenían dos caras y en clase dejaban entrever actitudes arrogantes. Cuando sugerí cambiar algunas palabras del comentario, una de las responsables de dirección del colegio, a cargo de la reunión, me mandó a callar con un: “Ponga el comentario que desee en su materia”. Al parecer algunos acosadores son intocables por sus familias. Y para esos padres, los padres de los acosadores “son cosas de niños”.
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* Micaela Montaño Carrión es articulista y profesora de español en secundaria, licenciada en Idiomas y Máster en Cs. de la Educación, titulada en Francia
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