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El carnaval es una festividad cuya significación social y simbólica es muy fuerte para la cultura boliviana. Por un lado, el carnaval en nuestro país es una prueba tangible de que la globalización y la modernidad todavía no han ganado, del todo, la batalla a la cultura popular. Para Marcos Arévalo (2009) este tipo de fiestas reproducen un “fenómeno simbólico de resistencia identitaria” frente a los procesos de homogeneización; es una refuncionalización y resignificación de los rituales al objeto de preservar/continuar la tradición.

El carnaval significa un tiempo de alegría y diversión e implica la continuidad del pasado reproducido por generaciones y grupos sociales locales; aunque actualmente, se debate entre los valores de uso (identidad) y los valores de cambio (turismo). Durante el carnaval es la vida misma la que interpreta y durante cierto tiempo el juego se transforma en vida real (Bajtin, 1999).

En nuestro país y en varios otros estados de América Latina el carnaval es una fiesta que antes de la Cuaresma en el calendario de la Iglesia Católica, pero cuya fecha es variable (entre febrero y marzo según el año).  Algunos autores han propuesto diversos orígenes para el carnaval, como las fiestas paganas que se realizaban en honor a Baco, el dios romano del vino o las que se realizaban en honor del toro Apis en el Antiguo Egipto. Sin embargo, no hay evidencia de que se hayan celebrado fiestas similares por las mismas fechas antes del año 1200 D.C.​

El carnaval en Bolivia se vive en cada región con algunas particularidades. Los carnavales más mediáticos y turísticos son el de Oruro y el de Santa Cruz, les siguen el Jisk’a Anata en La Paz y el Corso de Corsos en Cochabamba. Todos ellos se caracterizan por entradas folcklóricas, el uso de disfraces, desfiles y fiestas en las calles.

Por otro lado, esta festividad solía caracterizarse por el juego con agua, en especial de niños y jóvenes, pero desde 2017 el gobierno nacional y luego el Ministerio de Medio Ambiente prohibió su uso debido a la escasez de ese valioso recurso en los últimos años. Aunque es una medida gubernamental justificada, lo cierto es que, a pesar de las prohibiciones y multas, los jóvenes en menor medida siguen jugando con agua y el juego ahora combina los globos de agua y el uso de espumas.

Ya en 2015, Amos B. Batto, investigador de Reacción Climática y TierrActiva advirtió que la mayoría de estas espumas en envases de spray contiene hidroclorofluorocarbono-22 (HCFC-22) que es un propulsor de aerosol que destruye la capa de ozono en la atmósfera. Según el investigador, la destrucción de la capa de ozono es preocupante en Bolivia, porque los Andes y el Altiplano reciben niveles elevados de luz ultravioleta que causan cáncer de piel, cataratas de ojo y destruyen las cianobacterias. Como se aprecia la lógica del libre mercado propicia el consumo de productos tóxicos que dañan el ecosistema, aunque contradictoriamente fueron incluidos para preservar el agua, es decir, proteger el medio ambiente.

Existe otro aspecto del que se habla poco, lo percibí al escuchar la transmisión del carnaval de Oruro en un canal de televisión local, la conductora explicó que se trataba de una fiesta en devoción a la virgen del Socavón, pero no supo explicar la presencia del diablo como deidad representada en la danza de la diablada y la devoción al “tío de la mina” de los mineros en nuestro país. Como se aprecia en esa relación la simbiosis entre la religión católica y la cultura local sigue presentando contradicciones cuyo significado se acepta como válido aunque a más de uno confunde.

Aunque todo espacio de reproducción de cultura y alegría es positivo, lo malo son los excesos en el consumo de alcohol que causa embarazos no deseados, violencia sexual, abandono de los niños y niñas o, como lamentablemente ocurrió en los últimos días, accidentes automovilísticos, muchos muertos y heridos.

En conclusión, el carnaval significa promoción de nuestra cultura, impulso al turismo y ganancias económicas para ciertos sectores; sin embargo, también se traduce en permisividad y descontrol en la conducta de los bolivianos, excesos que la Iglesia denomina “pecados” y luego exhorta al arrepentimiento y penitencia en la cuaresma. Supongo que algunos lo harán, pero ¿no suena hipócrita pecar cada año y luego “arrepentirse” falsamente? ¿No sería mejor concientizar a nuestra población en valores familiares y valores ciudadanos para promocionar nuestra cultura, festejar sin gastar demasiado en tiempo de crisis económica, disfrutar sin excesos y sin alcohol?

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