Por Rafael Sagárnaga//
Expertos de diversas ramas relacionadas a la salud integral coinciden en cuatro factores que permiten una vida orientada a un horizonte de dinámica longevidad: ejercicio físico, descanso adecuado, capacidad de gestionar el estrés y alimentación sana.
Los primeros tres implican la adaptación y organización del ambiente en el que vivimos y nuestros hábitos personales. En ese marco, Bolivia tiene condiciones privilegiadas en cuanto a aire puro, sol (clave para asimilar vitamina D y fortalecer el sistema inmunológico) y espacio. Eso incluye a las zonas altas donde más de un inmigrante ha optado por construir su pequeño oasis. Basta pensar en el entorno del Titicaca, el propio salar de Uyuni o el parque Sajama, donde hasta se organizan singulares como reconstituyentes terapias naturistas.
Ya los valles y las zonas pre amazónicas constituyen escenarios de antología para liberar tensiones y cosas semejantes. No por nada suman, por ejemplo, la fama multinacional de Samaipata, el calor yungueño, el apacible valle tarijeño o las provincias cochabambinas o chuquisaqueñas. Y en las zonas tropicales no sólo cuenta lo conocido, desde el Madidi hasta Roboré o el Pantanal, sino cientos de sitios, calificados de “mágicos”, apenas conocidos.
Es decir, de fortalecerse las condiciones de hospitalidad (infraestructura física y empatía personal), los escenarios para una vida saludable abundarían en variedad y cantidad. Eso, en el menor de los casos, como oferta turística tanto interna como de exportación. En el peor de los casos, para que las almas atormentadas por la vida moderna gocen de unos días de revitalización. Aire limpio, agua pura, áreas para caminar, trotar, escalar, manejar bicicleta, nadar, etc. y condiciones para un descanso reparador y una alimentación sana. Eso, al margen de otros añadidos (culturales, artísticos, etc.) que, sin duda suman.
Como ejemplos cercanos, sirvan casos tan cercanos como el desarrollo turístico de la provincia argentina de Salta y del estado brasileño de Mato Grosso. Este último con un 85,4 por ciento de emprendimientos ecoturísticos. En ambas experiencias las iniciativas dinamizaron la economía, fortalecieron la seguridad y se volvieron referentes a nivel nacional atrayendo flujos de inmigrantes. La primera tiene condiciones muy parecidas al sur boliviano, el segundo suma zonas afines y hasta compartidas con diversas provincias de Beni y Santa Cruz.
El cuarto factor
Eso en cuanto a los primeros tres factores de la vida saludable. Sin embargo, el factor de la alimentación sana abre su propio capítulo. El potencial boliviano de alimentos orgánicos desde hace décadas es mencionado en infinidad de foros, tesis, proyectos y hasta ocasionales propuestas políticas. Baste recordar que la ubicación geográfica, sus climas y su consecuente biodiversidad le dan una ventaja excepcional. No por nada algunas de sus áreas están ubicadas en los más altos registros mundiales o continentales en cuanto a variedad de fauna y flora.
Hay tanto que hasta se aceptan robos, digamos, de buena y astuta fe. Valga sólo un singular ejemplo: hace dos décadas un inversor australiano, Bruce Hill, llegó al municipio de Porongo y se dedicó a estudiar el achachairú. Ya en 2009, logró significativas plantaciones de la fruta cruceña en Queensland y luego bonanciosas exportaciones a países árabes y europeos. Como esa hay varias otras historias parecidas.
Pero, pese a todo, un rubro de la economía que crece, al parecer, por gravedad ante la falta de apoyo estatal, es la producción orgánica. Según Datax Bolivia, en 2022, el sector llegó a exportar mercancías por un valor de 794 millones de dólares. En 2023 y 2024 esa cifra cayó a menos de 600 millones, pero no ha dejado de ser influyente en la alicaída economía nacional. Cacao, quinua, café, castaña, chía, sésamo, miel, coco, hierbas medicinales y aromáticas, frutas tropicales, bananas, etc. son producidos con altos rigores de calidad. Y, lo mejor, tienen un altísimo valor nutricional y medicinal. La mayor parte se vende en mercados europeos.
Potencial mundial
Claro, si el consumo interno de esos alimentos (y otros como cañahua, tarhui, majo, quirusilla y un larguísimo etecétera) fuese fomentado, muchas historias personales cambiarían. El célebre y medio que fantasmal “motor interno de la economía” probablemente se haría visible, al margen de la calidad de vida. Y un gran motor externo bien podría activarse. Porque el mercado global de productos orgánicos resulta muy llamativo.
Según la revista Fortune Business, en 2024, el mercado global de alimentos orgánicos alcanzó un valor de 194.790 millones de dólares. Se proyecta que este mercado crecerá a una tasa compuesta anual del 11 por ciento entre 2025 y 2034, alcanzando aproximadamente 553.090 millones de dólares. Otras proyecciones resultan aún mayores.
Por ahora, sólo esperanzas en un cambio de visión que no se advierte en ninguno de los pre candidatos presidenciales. Valga recordar que los sectores más apoyados por los gobiernos bolivianos de los últimos 25 años marchan en sentido absolutamente contrario a la vida sana. Contaminación a raudales, incendios récord, producción de “alimentos” transgénicos (cada vez más observados y controlados en el mundo), urbanización caótica son impunemente tolerados y hasta fomentados. Tensiones sociales, inescrupulosas protestas y bloqueos ajenos a cualquier sentido de convivencia se convirtieron en la forma de hacer política. Por lo general, toda esa intolerancia y fobia destructiva son atizadas por intereses corporativos.
¿Alguna esperanza?
Concepciones miopes del desarrollo marcan una parte del espectro político. No se puede esperar menos si recordamos que tienen socios de prontuario ecocida en el agronegocio o la minería. En la otra, discursos hipócritas que son usados como enjuague bucal en los foros internacionales, pero disueltos en mercurio o glifosato al retornar al país. Ni siquiera un mínimo aporte educativo para que la sociedad deje de hundirse en dietas cada vez más tóxicas mientras olvida nutrientes de generaciones pasadas. Menos ya pensar en la difusión de hábitos de vida, cuidado de la naturaleza, preservación de los elementos, etc.
¿Quiénes sacaban pecho por el amor a su cielo y su tierra frente a una estatua del Cristo? ¿Dónde era que alguien hablaba del “vivir bien”? ¿Y eso de los “derechos de la Madre Tierra”? Como no aparecen, ni cómo pensar en vida sana para las y los bolivianos, y vida sana para compartir y exportar. Eso pese a que, como siempre se ha repetido, Dios nos dio todo lo mejor para alcanzarlo.
Alguna voz memoriosa recordó que a uno de los gabinetes del presidente Evo Morales llegó un ministro que tenía fama de haber incursionado en la producción orgánica y la vida sana. Hombre de raíz izquierdista (trotskista) y luego de audaz visión empresarial. Cuentan que esa su experiencia trataba de potenciarla en aquel escenario de las grandes decisiones. La voz recuerda que su principal opositor fue el Ministro de Economía de ese entonces. Desafortunadamente, el aludido empresario primero sufrió problemas cardiovasculares, dejó el gabinete y poco tiempo después falleció. Su antagonista no desentonó en su postura durante más de una década. Y así nos va.
¿No resulta un contrasentido colosal que las y los bolivianos teniendo virtualmente todo para aportar a la vida sana nos hayamos resignado a su antítesis? De todas maneras, al parecer, aún hay tiempo y recursos para desandar los pasos errados. Quién sabe si la mentada crisis resulte una buena oportunidad.
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