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Por Rafael Sagárnaga López //

Una muy probable consecuencia del progresivo deterioro de la economía boliviana llegará al turismo. Cada vez resulta más difícil y costoso para los bolivianos viajar al exterior, algo que en las pasadas décadas había tenido un boom. Por otra parte, tal cual ya se ve en las fronteras, la devaluación del boliviano atrae la llegada de más visitantes del exterior. Hasta hace un par de años, por ejemplo, eran mucho más los bolivianos que pasaban la banda hacia el lado argentino, hoy sucede todo lo contrario.

No sobra recordar que la ubicación del país en el continente le da a éste un plus natural muy singular. Su biodiversidad es proverbial y, en estos tiempos de datos y cifras, ya ha registrado sus propias marcas. Pero, además, esa biodiversidad va mucho más allá del paisaje. Constituye una especie de recurso natural ultrarrenovable, presto a ser exhibido y, por lo tanto, a ser también debidamente cuidado. El misterio constituye un autosabotaje generalizado que abarca a todos los sectores de la sociedad boliviana, y especialmente a sus estratos empresarial y político.  

A la hora del recuento valga empezar por La Paz. Están los grupos de turistas cuya tarjeta de presentación implica un recorrido en sus teleféricos para adelantarles la privilegiada ubicación de esta urbe que toca el cielo. Se halla estratégicamente entre los valles, la Amazonía, los nevados andinos, el lago Titicaca, el salar de Uyuni y hasta el océano Pacífico. Un rango de entre tres y nueve horas de viajes por tierra hacen posibles cambios radicales de lugares tan diferentes como espectaculares.

Hay, en La Paz, experiencias radicales probablemente únicas en el planeta. Imaginemos aquella de bajar desde faldas del Huayna Potosí (nevado de 6.090 metros sobre el nivel del mar) hasta Zongo y sus 800 metros. Es decir, un descenso desde las nieves hasta el trópico que más de un aventurero ha realizado, pero, obviamente, a cuenta y riesgo. Más allá de la aventura, la magia de las transiciones de múltiples ecosistemas y cambios topográficos en un descenso es probablemente inolvidable.       

Esas transiciones paceñas ya ganaron celebridad, por ejemplo, en sus límites con el Beni, más propiamente, allí entre San Buenaventura y Rurrenabaque. ¿Qué ecoturista no buscará conocer el considerado (por varias organizaciones internacionales) parque más biodiverso del planeta, ubicado allí donde empieza la Amazonía? Y eso que por ahí apenas empiezan el Beni y… Pando, con lo suyo. Es voz generalizada entre diversos tipos de viajeros que este departamento guarda tesoros ecoturísticos que merecerían muchísimo más que contados visitantes. Claro, también suman las voces que lamentan que varios se estén perdiendo por diversas nocivas circunstancias.   

En tierras bajas, en el lado cruceño también hay sitios considerados únicos en el mundo, como el bosque de Tucabaca, cerca de Roboré. Pese a su fama, también sufre los destrozos que le han infringido grupos de deforestadores y hasta fue bordeado por los incendios de 2020 y 2024. Uno solo de los parques de Santa Cruz, el Amboró, cuenta con más aves que toda Costa Rica. Y este país tiene entre sus principales fuentes de ingresos económicos la observación de aves por parte de ecoturistas de todo el mundo. Y Santa Cruz suma, entre otros, al célebre pantanal, el parque Noel Kempff, el bosque seco chiquitano…

Pero los turistas que recorren esas también célebres zonas lo hacen prácticamente a tientas y a ciegas, a un sacrificado ritmo de cuentagotas. Eso, claro, cuando no es época de incendios o de falta de gasolina, o si no hay bloqueos. Esos bloqueos que frustran otras tantas visitas a dimensiones como la del parque Sajama y sus tierras volcánicas rodeadas de nevados en Oruro. O el ya súper célebre salar de Uyuni que atrajo hasta a los productores de la Guerra de las Galaxias y a astronautas verdaderos. Zona propia de otros mundos que contiene sus propias riquezas vitales.       

Y en Chuquisaca, desde Aritumayu, “el bosque renacido”, hasta sus cabeceras chaqueñas. Y en Tarija, más allá de su valle florido, Tariquía y las zonas donde llegan hasta helicópteros con pescadores deportivos argentinos. Claro, ahora restringidos por exploraciones petroleras que se metieron a la mala, como antes lo hicieron en el Chaco. Y el Chaco tiene a orillas del Pilcomayo, al pie del Aguaragüe, mucho que mostrar y estudiar. Si lo sabrán los biólogos que cuando cuentan todo lo que vieron y lo que falta, no paran de contar.      

¿Alguna iniciativa seria para lograr ese círculo virtuoso que permita preservar la riqueza ecoturística y generar divisas para el país en esta etapa preelectoral? ¿Acaso no se hallan múltiples ejemplos, más allá del costarricense? Basta viajar unas horas hacia Bonito (Brasil) o hacia la argentina Salta y sobra recordar el caso peruano para ver los beneficios que suman estas iniciativas.

Por el contrario, lo que abundan son prácticas, posturas y hasta propuestas ecocidas o, por lo menos, antiturísticas. Basta visitar los municipios autodenominados “turísticos” para ver caras de visitantes incómodos y malhumorados. Basta constatar la ausencia de mínimas condiciones en las principales urbes del país para quienes llegan, desde el trato que reciben en terminales y aeropuertos. Y, por increíble que parezca, vale sumar que en cada uno de los sitios mencionados o muy cerca ya fungen proyectos altamente depredadores. De ellos se benefician, tan sólo, avezados y oscuros empresarios, narcotraficantes y políticos corruptos.

Ojalá, más temprano que tarde, alguien con suficiente fuerza y poder apueste a cambiar esta tendencia y apueste por una Bolivia ecoturística o cosa parecida.   

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