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Escucho estupefacto las aseveraciones del Viceministro de Educación Regular cuando declara que lo que sucedió en el país es un “apagón” de la educación presencial para un reinicio virtual. Lo que pienso es que el apagón ha sucedido en su cerebro, en el del ministro de Educación Víctor Hugo Cárdenas y en el del Gobierno; un apagón en los cerebros de la dirigencia del Magisterio y de algunos padres de familia anclados en sus intereses, simplemente falta de mielina y de impulsos eléctricos por sus neuronas.

Se trata de un corto circuito al interior del Gobierno, de una decisión improvisada, puesto que nadie sabe dar una sola razón comprensible para clausurar el año escolar. El corto circuito alcanza a las declaraciones cantinflescas de distintos personeros del Gobierno. ¿Hasta allí llegó su capacidad para solucionar problemas? ¿La mejor idea que se les ocurrió para atender esta emergencia sanitaria y social es no afrontar los conflictos?

El 2 de agosto de este año será recordado como uno de los días más oscuros de nuestra historia democrática, porque no solo se afecta un derecho universal, inalienable e inviolable de nuestros niños que está bajo la responsabilidad del Estado boliviano, también se echa por la borda todo lo que la educación escolar supone.

Personeros del Gobierno, dirigencia del Magisterio y algunos “supuestos” representantes de los padres de familia no se han enterado de que la escuela como institución educativa es mucho más que cuatro paredes.

La escuela es el lugar primario de socialización. Allí hemos conocido a amigos entrañables que nos acompañan a lo largo de nuestras vidas y, en algunos casos, conocimos incluso a nuestras parejas, por lo que también es el lugar del primer amor juvenil.

La escuela no solo te exige hacer tareas y rendir exámenes, es también un lugar donde se despiertan las cualidades y aptitudes. Cuántos de nosotros descubrimos nuestras capacidades para las matemáticas, el deporte, el teatro, la danza, etc. en los espacios propiciados por maestros y compañeros.

Algunos de nuestros maestros han marcado nuestras vidas con su manera de ser adultos. Cuántos jóvenes han encontrado modelos para la construcción de su personalidad en maestros y maestras responsables y alegres que han sabido dar palabras y gestos de manera oportuna.

La escuela está llamada no solo a promover el crecimiento de todos sus estudiantes, sino de cada persona en su totalidad.

Cuántos de nosotros hemos soñado con un mundo mejor gracias a las profundas charlas con nuestros maestros y compañeros; cuántos hemos incubado esperanzas por un futuro mejor, descubriendo las verdades ocultas del mundo que los maestros nos mostraban en fórmulas, lecturas y esquemas escritos en la pizarra. Creer que el hoy es susceptible de mejora y que esa mejora la podemos construir nosotros no es más que la esperanza que la escuela ha sembrado en nuestros corazones.

Ante el apagón producido por nuestras autoridades, todavía los maestros, los estudiantes y los ciudadanos bolivianos tenemos la luz de la esperanza en un mañana mejor para nuestro país. Por este motivo, muchos maestros han decidido no dejar de pasar clases, seguir acompañando y enseñando a sus estudiantes, quieren generar espacios de conocimiento, diálogo y amistad, hasta que concluya esta gestión.

La institución Fe y Alegría que contiene un gran número de escuelas en todo el país ha decidido seguir pasando clases. Hago el llamado también a las Escuelas Populares Don Bosco, institución de altísima calidad y muy comprometida con la educación boliviana. Llamo a todas las organizaciones sociales, barriales, a las OTB, a toda la gente de buena voluntad, en las ciudades y en el campo, a seguir haciendo los esfuerzos necesarios para que la educación no se detenga en nuestro país.

Levantemos en alto la luz de nuestra esperanza, de nuestro compromiso con los niños, de nuestro ideal de un país grande el día de mañana, e ignoremos la oscuridad de autoridades y dirigencias egoístas.

Dice un viejo proverbio asiático que más vale encender una vela que maldecir la oscuridad. Este es el momento. Encendamos la vela de la esperanza.

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