Texto y fotos de Malkya Tudela para Guardiana (Bolivia)
Miércoles 26 de mayo de 2021.- Inés me llama para disculparse por no atender el celular por las mañanas pues acompaña a su hija está en clases virtuales. La conocí hace más de cinco años cuando era activista de derechos humanos, aún lo es, y estaba en una carrera de obstáculos para adoptar a una niña. Lo logró. ¿Qué significa para ella ser madre?
El barbijo y la máscara me impiden ver su rostro y los carros interfieren a ratos en la escucha del relato, lo que sí me queda claro es que Inés (nombre convencional) casi no menciona la palabra madre o maternidad para referirse a su experiencia de adopción.
Tal vez porque fue un camino recorrido junto a su esposo. “Nos casamos a finales de 2008… Me embaracé dos veces, fue dramático perder a mis dos bebés. Nos sometimos a un tratamiento y me embaracé de trillizos, pero tampoco prosperó. Yo pertenezco a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Cuando era joven fui a visitar los hogares de niños, al ver que los niños y niñas me agarraban de las manos para que los lleve conmigo se me partía el corazón, me parecía injusto que no puedan tener una madre y un padre que los cuide y los ame. Siempre tuve ese sentimiento de ayudarles y dios me dio esta grandiosa oportunidad de tener una pequeña para ser su madre", dice Inés.
Ambos atravesaron cuatro años de trámites, visitas a los juzgados, al Sedeges, asistencia al curso de padres adoptivos para lograr el certificado de idoneidad, exámenes biopsicosociales, certificados de antecedentes policiales y penales, registros domiciliarios, memoriales, mucho dinero, recibir visitas en su domicilio para demostrar las condiciones en que viviría la niña y, solo en los últimos días, visitas al hogar de acogida.
Ahora, mientras conversamos en una plaza en la ciudad de La Paz, su hijita juega en monopatín y hace amiguitos en el resbalín.
"Cuando iniciamos la demanda, mi pequeña estaba naciendo, estaba ingresando al hogar de niños".
Inés
La pareja había solicitado la adopción de una niña de 0 a 2 años de edad, solo se podía elegir el sexo. Finalmente, aceptaron las disposiciones de la autoridad al no haber niños en ese rango de edad con “extinción materna y paterna” dictada por el juez, es decir que nadie los reclamara como suyos.
Al cabo de años de trámites, sin resultados favorables, Inés y su esposo habían levantado las manos. Ella, pedagoga de profesión, tenía una oferta para unirse a un proyecto en África y estaba preparándose para viajar.
Inesperadamente recibieron una llamada que les informaba de que les habían preasignado a una niña y canceló el viaje para continuar con los trámites. Debían solicitar a los juzgados la visita, durante nueve días consecutivos, a una pequeña de 4 años en el hogar de niños.
“No sabíamos si era bebé o no para comprar una cuna. Compramos con prisa juguetes, edredones, ropa de cama, pero en nuestro dormitorio habilitamos un espacio sobre unos ladrillos y cartones para simular una cama. Antes de irse la trabajadora social levantó el edredón y nos gritó: '¡Qué es esto! ¿así quieren tenerlo?'”, recuerda Inés de esa forma la humillación que asustó incluso a su madre porque no sabían cómo calmar a la trabajadora social.
"La primera vez que fuimos ahí sigue en mi memoria. Llegamos. Ella se revolcaba y lo que hacía era reír, reír y reír. No hablaba y estaba por cumplir los cinco años".
Inés
En ese momento pasó por su cabeza que la niña podía tener alguna discapacidad intelectual, y con su esposo llegaron a conversar acerca de dónde conseguir ayuda profesional para iniciar algún tratamiento.
Inés recuerda: “La abrazamos, le dimos un regalo y se pegó a su papá. A mí me rechazó, no quería verme, ni quería que yo la llevara al baño, decía ‘solo con papá, no con tú’. Me gruñía como un perrito”. Las funcionarias estaban sorprendidas de que la pequeña hablara, al parecer lo hacía solo con los niños.
La reacción de su hija no afectó el ánimo de Inés, ni siquiera cuando casi al finalizar las visitas llegó una carta de despido para su esposo por ausentarse del trabajo por el permiso extendido que pidió para las visitas al hogar. La abogada no les había informado que los padres adoptantes tenían derecho al permiso extendido y a la inamovilidad laboral durante un año. No hicieron los reclamos correspondientes.
"Para mi hija la figura materna estaba devaluada. Ella había pasado por 14 mamitas. Ahora reprocho que les llamen así -dice Inés. Las señoras que están tienen escasa preparación para enseñar y cuidar afectuosamente a los niños y niñas, son solo cuidadoras. No les queda tiempo para nada, aunque no cocinan, cada una se hace cargo de 11 niños, les dan los alimentos, lavan sus ropas, limpian los ambientes, les llevan al médico, etc., pero no les dan el amor que necesitan. Mi hija pensaba que yo iba a ser una mamita más. Con la primera mamita se había encariñado, pero la llevaron a otro hogar, con la segunda también se había encariñado y la cambiaron; así con 14 mamitas. Y llego yo, una más”.
La niña estaba un poco descuidada, era tosca, tenía pie plano y parecía tener liendres en el cabello. Inés reportó esto, pero la médico lo negó diciendo que solo era resequedad.
¿Qué sentiste al ser madre? “Fue como un parto que duró cuatro años (ríe). Fue algo hermoso y divino. Mi esposo lo disfrutó plenamente porque (la niña) se apegó más a él. Yo tuve que pelearla mucho para ganarme su confianza y su cariño. Pero también ella me probó más a mí que a él”.
Inés
La convivencia también fue difícil, durante casi un año su hija pensaba que la iban a abandonar y rechazaba a los adultos de la familia, incluida la abuela, pues estaba acostumbrada a relacionarse solo con niños. El ingreso a la escuela fue otra prueba dura porque descubrieron que quitaba juguetes a otros niños y pronunciaba malas palabras.
“Es como criar a cualquier hijo o hija solo que demanda el doble o el triple de amor y de atención, por eso he optado por no trabajar. Qué sentido tiene contratar a una niñera. Para mí, estar con ella es progresar, es crecer, es elevarte a un nivel superior, es quitarte el egoísmo”, reflexiona.
Por ahora está dedicada por completo a su hija. De vez en cuando siente un pinchazo en el ego cuando ve a algún colega destacando en su trabajo o se ve tentada con una oferta laboral. “Le estoy dando todo mi tiempo y mi amor, mi preocupación es en la adolescencia porque sé que va a tener una crisis, lo sé, estamos enseñándole principios correctos, queremos que se gobierne a sí misma cuando sea grande. Ella pregunta a veces ‘quiénes son mis papás’, le digo que no lo sé, pero siento que te querían mucho”, explica Inés.
En una hora de charla, a mí me quedó claro que Inés es la madre de esta niña que ahora crece saludable, usa anteojos, se mueve segura y es capaz de sostener una conversación amable con otra persona adulta que le presente su mamá.
“No quisiera que ella tome malas decisiones en su vida adulta, estoy orando y me estoy esforzando para darle un buen ejemplo ahora –dice Inés. Es una lucha permanente. Mi esposo no ayuda en eso (ríe), como es la niña de sus ojos quiere darle todo lo que le pide. Yo a veces debo ser fuerte y rígida en la disciplina y al mismo tiempo darle muchos abrazos a cada minuto porque ella lo demanda”.
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